lunes, 4 de octubre de 2010

El metro (capítulo V)




Nadé hasta la orilla. Allí me esperaba mi padre; seguía igual de jóven que cuando yo era niño. Se acercó a mi con una sonrisa y me ayudó a levantarme. Le abrazé.
Cuando pasaron solo segundos él ya no estaba. Miré alrededor confundido buscando, pero no encontré nada. Una mariposa negra pasó y la seguí. Me guío a una duna de la playa, la cual crucé. Tras ella mi familia muerta descansaba sobre millones de cadáveres que se extendían en cientos de kilometros. Mi mirada solo alcanzaba a otear muertos que ocultaban el suelo sin dejar espacio a la tierra. La sangre teñía mis pies descalzos y el cielo parecía llorar barro. La mariposa se posó en mi hombro...
Desperté.

Los sueños me perseguían desde hace meses. Lo que no entendía era porqué seguía creyendo que todo podía ser real. Se me acababa el fondo del último trabajo, y ya casi no tenía fuerzas para recordar. Mi familia no existía, mis amigos solo eran conocidos y mi soledad era la única compañera de mi vida. La soledad era la única amiga que seguía siendo fiel, me acompañó desde la infancia, y lo seguiría haciendo como una sombra chinesca que se niega a desaparecer de una pared o una sábana. Todo eran sueños, todo eran fantasías que me mantenían vivo. Me levanté y fui al baño. Allí mientras me duchaba pensaba que esta vez había sido muy real y durante un momento me dió la sensación de que la sangre, que manchaba mis pies desnudos en el sueño, se escapaba por el sumidero de la ducha huyendo de mi, huyendo de la realidad.
No recuerdo la última vez que soñé algo normal.

Día 1.
He encontrado un trabajo de camarero en el centro. Voy en metro todos los días y me permite pagar el alquiler. El último sueño que tuve fue hace una semana; parece que me niego a soñar algo nuevo que acabe con el último recuerdo de mi padre. Creo que el trabajo me está ayudando a olvidarme de malos augurios, profecías y fantasmas. Me gusta viajar en el metro de noche, cuando vuelvo leyendo un libro y ver a los adolescentes con auriculares, viajeros con maletas, músicos, trabajadores, mendigos y ancianos, jóvenes, madres, inmigrantes, gente. El metro, instrumento de tortura de mis sueños y mensajero de los dioses no existe. El Infierno no existe.
En el metro, debajo de tierra, leía el periódico de mis compañeros de viaje; crisis mundial, la nueva guerra fría, bloques en conflicto, esfuerzos diplomáticos, nacionalización de recursos, integrismo, intolerancia, intereses cruzados, conflicto, tercer mundo, daños colaterales, petroleo, dinero, hambre, muerte, guerra. Los terminos iban cambiando. La guerra se iniciaba de nuevo en otro país del que mucha gente desconocía que existiese y la gente seguía con sus vidas mientras en otra parte del mundo muchos la abandonaban sin justicia.
Llegué a mi ático. Estaba cansado y necesitaba de una noche sin sueños. Mientras me lavaba la boca delante de un espejo recordé lo que alguien alguna vez me dijo cuando era pequeño y que nunca pude llegar a olvidar. Una mujer me advirtió sobre los espejos. Nunca te quedes mirando mucho tiempo el reflejo que te devuelven los espejos porque no siempre reflejan lo que esperamos. A pesar de que estaba loca y que sé que el escalofrío que recorre mi espalda al recordarlo es producto de la sugestión, siempre aparto la mirada cuando creo que el espejo me devolvera el reflejo de algo que nosotros no podemos ver, el reflejo de otra realidad que mi mente no podría soportar. Mis sueños son mi espejo. Tengo ya suficientes con ellos.
Me acosté y dormí. Todavía resonaban en mi cabeza las palabras que Beatriz me susurró en el oído : "El tren ha parado, tu destino no lo hará. Sé la profecía que nunca duerme, sé todo lo que no fuiste para no dejar de existir...".
Esa noche no pude evitarlo y soñé.
Seguía en la playa, pero esta vez toda la gente que estaba muerta estaba ahora viva. Se alineaban sin estorbarse unos a otros, eran millones. Mientras me miraban sentí que tenía que huir. En ese instante una montaña, que se perdía entre la niebla y que llegaba a rasgar las nubes del cielo, empezó a moverse. La montaña más grande que yo nunca habría podido ver en vida se movía como un ser vivo. La gente empezó a gritar y a correr, empezaron a aplastarse unos a otros, siendo los niños y los ancianos los primeros en morir asfixiados. La montaña no era una montaña. Era un ser colosal parecido a un mastodonte con siete trompas y de color blanco, con escarcha en el lomo como la nieve que blanquea las cumbres más altas, orejas que parecían llegar casi al suelo, agujereadas como si fueran papel apolillado, una piel curtida como el cuero, y unos ojos ciegos que parecían verlo todo y no ver nada al mismo tiempo. La mole andaba despacio, y mientras lo hacía sus ocho patas provocaban temblores de tierra, terremotos que parecían viajar miles de kilómetros. Una de sus patas entró en el agua, y ésta se levanto creando un tsunami de grandes proporciones. La gente moría ahogada o aplastada por sus congéneres. De cada pisada se creaba un agujero en la tierra, y de esos agujeros nacían pequeños seres descarnados parecidos a monos pequeños que se arrojaban a las víctimas que quedaban para devorarlas. LLegué a ver a un hombre con ocho criaturas intentando tumbarle; intenté ayudar pero llegué tarde. Empecé a correr. Las trompas del monstruo aplastaban a miles de personas cada vez que las arrojaba hacia el suelo. Del mar también pareció que algo estaba devorando los barcos que intentaban huir de la masacre. Las aguas negras ocultaban al monstruo.
Mientras huía uno de esos seres se me abalanzó al rostro. Era resbaladizo, y a pesar de tener un cuerpo simiesco, el olor era parecido al pescado. Me agarró con sus manos la cabeza e intentaba morderme. Solo era uno. Agarré fuertemente su cara, y hundí mis dedos en sus ojos. Eran almendrados y ligeramente grises y cuando hundí mis dedos en ellos brotó un líquido negro parecido a la tinta del calamar. No tenían sangre, solo tinta. Mis manos se oscurecían mientras el ser agonizaba entre ellas. Cuando logré escapar me refugié en una caseta para pescadores donde, en estado de shock, me quedé observando cómo la tinta caía de mis manos como sangre cae de las manos de un asesino.
Desperté.
Fuí al baño. Necesitaba refrescarme. Cuando encendí la luz me quedé observando el espejo. Una manchita negra aparecía en mi rostro. Cuando fui a quitarmela con la mano apareció ante mi la realidad por primera vez. La mano estaba llena de tinta, mis manos estaban negras. El miedo se apoderó de mi. Mi columna no se movía y solo el reflejo del espejo me devolvía la imagen de mis manos entintadas;sin él mis manos aparecían ante mi sin mácula. El espejo me reflejó la sangre de un demonio y aparté la vista porque ante mi terror creí ver que tras la cortina de la ducha algo vivo se movía, algo me vigilaba desde el otro lado. Noté como el calor subía por todo mi cuerpo, noté un mareo que me tiró al suelo y perdí la consciencia. Dormí.

jueves, 17 de junio de 2010

El metro (capítulo IV)




En ese momento las puertas se abrieron y salí del tren para entrar en una estación que nunca antes ví, y que nunca más vería...

La estación parecía un fantasma, difusa, llena de una luz que inundaba cada rincón, cada pared, cada suelo y techo que me rodeaba. Me ahogaba en un mar luminoso de albura, contrapunto extremo de un vagón cuya oscuridad, ahora, se me antojaba más densa y profunda. Avancé a través de pasillos fríos, interminables; pasillos infinitos que se cruzaban con otros que no tenían salida. Se abría ante mi un laberinto blanco, etéreo donde la luz parecía bruma y lo material solo niebla. Cada paso, cada mirada ansiosa por descubrir la salida eran pasos y miradas en vano. Sumaba metros y no conseguía que la pesadlla acabara; estaba agotado y el miedo me había destrozado los músculos y ahoran eran una mentira rodeada de carne y sangre. A lo lejos intuí una boca abierta al exterior, grande, desproporcionada con respecto al pasillo, el cual aparentaba una garganta cuyo fin eran las fauces de un monstruo. La colosal puerta la percibía, ahora, tan grande como la esperanza que, de nuevo, renacía en mi interior. Corrí sin fuerzas, huyendo del fondo del pozo donde me encontraba, exhalando cada bocanada de aire como si fuese el último aliento, llenando de aire mis pulmones, llenando de sangre mi corazón. Ya faltaban cinco metros, tres, dos, ...
Una sensación antigüa que no recordaba desde años atrás me llenó de nostalgia, haciéndome añorar una playa, un lugar y un momento, un espacio y un tiempo en el que Beatriz vivía y cuando nuestra madre todavía no se arrastraba desde la cama al sofá siempre con billete de ida y vuelta. Una sensación, un recuerdo que nació desde el olor de un mar cuyo lugar en el tiempo y en el espacio era lejano. Olía el mar, sentía su brisa cerca de la salida de un metro cuya ubicación era la de una ciudad sin costa. Nuestro padre murió. Yo era pequeño y casi no le recuerdo. Quizás sea esa playa el unico sitio del que recuerdo que unas manos me agarraban, que una barba me pinchaba al besarme, y que una sombra me cubría del sol. Mi hermana era mayor que yo y siempre culpó a nuestra madre. Fue en la adolescencia cuando más se intensificó su batalla personal, y fue en la adolescencia cuando le salió cara su rebeldía. Mi madre nunca volvió, cayó en la oscura senda de la locura y se quedó sola sin marido, hija e hijo. Ahora tenía la opción de volver a recordarlo, tenía la opción de volver a sentir el lugar con el que todavía sueño, donde él me protegía.
Por fin lograba llegar a la salida, por fin alcancé la puerta, la boca del monstruo. La atravesé pero no me encontré con la ciudad, o con una playa; me encontraba flotando en la profundidad de lo que parecía un mar, me ahogaba; intenté entrar de nuevo porque allí, bajo el océano, seguía encontrándose la puerta del metro pero una barrera me hacía imposible entrar de nuevo en lo que se divisaba desde fuera, una estación inexplicablemente seca. Esa barrera invisible no solo me impedía entrar a mi, sino a los millones de toneladas de agua salada que la rodeaban. Estaba bastante oscuro pero a pesar de la desesperación y de la falta de oxígeno, observé una tenue luz de lo que parecían rayos de sol, que atravesaban el agua a duras penas para mostrar un camino desde la piedra hasta lo que yo creía que podía ser la superficie. Lo único que no cuadraba era que si la superficie estaba donde se suponía que nacía la luz, la estación estaba boca abajo y ésto me provocó una desorientación que me hizo dudar, pero no tenía tiempo, se me acababa el oxígeno. Avancé buceando como pude hacia lo que yo creía en un principio que era la dirección equivocada, siguiendo esa luz que aparentemente nacía de las profundidades. Sin embargo me percaté rapidamente que dentro del agua no podía orientarme, saber donde se encontraba lo que estaba abajo o arriba, y pronto descubrí que seguir el haz de luz era el camino correcto. Cada vez tenía menos oxígeno, pero cada vez veía más luz, cada vez estaba más cerca de la superficie y ahora lo tenía claro, pues estaba a punto de tocar la superficie cuando el agua empezaba ya a entrar en mi garganta. Salí abriendo la boca, agarrando el aire que podía entre estertores con mi boca.
La vista estaba nublada y poco a poco se fue haciendo más nítida. Ante mi se encontraba la playa donde, por última vez, recordaba a mi padre.

miércoles, 16 de junio de 2010

El retrato


“A veces, como en las fotos, los paisajes cambian a pesar de permanecer continuamente iguales. Las imágenes de las fotos, al igual que la luz del cielo o el color de las copas de los árboles, el chillido de las golondrinas al atardecer, cambian según quien las mire o según el momento en el que las miras. Un rostro hierático que a veces parece vigilante y otras, alegre o triste y muchas otras, melancólico. Parecen miradas vivas, de miedo y angustia por no poder salir del encuadre, del marco, de la pared del dormitorio o de la casa. Otras parecen mirar con melancolía el pasado, recordando el inexistente recuerdo de aquel presente donde se hicieron papel hasta una eternidad efímera, como conociendo que el momento que buscan inmortalizar siempre será mejor que el futuro. Saben siempre, y por esto las miradas son tristes, que nunca se logrará la felicidad plena porque el pasado entierra lo pésimo y exagera lo óptimo, haciendo mejores los buenos momentos pasados que los presentes y futuros. Y muchas parecen reír llorando, reír con la mirada triste, y muchas de ellas conocen la insatisfacción del presente que les impide el gozo total y el velo del pasado que confunde a la memoria dulcificando la verdad… Nunca seremos realmente felices… Siempre añoraremos la infancia…Siempre melancolía del pasado… Siempre miradas tristes de los rostros presos de la perpetuidad del papel… Siempre miradas tristes… Siempre…”

Esperpento de una familia rica


“Lo decidieron mientras tomaban el té y jugaban al bridge. Decidieron que lo más adecuado para su estado era un viaje a la India. No se les ocurrió que podían equivocarse en el destino, quizás hubiera sido mejor la nieve suiza o el queso vacuno holandés, o quizá París, tan bohemio. También pensaron que, para su estado, lo mejor era que su familia no la atosigara con su tediosa comprensión. Así fue que pensaron que lo mejor y más acertado para su depresión era el alejamiento forzoso. Quizás un rasgo de snobismo espiritual, pero ellos creían haber acertado... La India con sus pobres, sus ratas "bebe-leche", todo muy exótico, no digamos sus obscenos palacios con esas pintorescas esculturas del Kamasutra; sí, era el lugar perfecto para que, entre tanta piel oscura, reluciera la tez blanquísima de su hija, y que su bella delgadez se mantuviera acorde con los cuerpos famélicos del hambre que poblaban las atestadas calles. Así que la familia decidió no tardar, no aguardar a tener que escuchar el llanto de la pena y mandaron a su hija depresiva a la tierra de Buda.
La hija superó su depresión, se enamoró, y se quedó allí con un inadecuado hindú, pobre y melenudo. La familia, tan preocupada, debía recibir esa tarde al Excelentísimo Presidente de la República y muertos de vergüenza no sabían qué hacer ni qué decir cuando la ilustre visita preguntara por la más pequeña de la familia.
Finalmente el Presidente llegó y la familia, falsamente compungida, lloró la muerte trágica de una hija que murió en un repentino accidente de avión; recibieron el pésame del Presidente y posteriormente de los amigos del club, de la empresa y de la reunión del bridge de las cinco, que a pesar de la desgracia nunca se clausuró. “

Un día en la vida del señor X


“X era un tipo gris que no soñaba, que solo dormía, comía, respiraba; trabajaba en una fría oficina de diseño que se ubicaba a una hora de atascos e insultos. X era un tipo que olvidaba cada mañana, cada tarde, cada noche y cada sábado hacer el amor con su mujer; la cual dejó de serlo para caer en manos de un joven amante que le decía cosas bonitas y le daba el cariño suficiente. A X le gustaba su rutina diaria, adoraba la monotonía. Usaba todos los días el mismo medio de transporte, el autobús, con la única aspiración de encontrar un asiento libre al lado de una ventanilla para poder abstraerse de la realidad que le rodeaba. Encontrar ese asiento era el primer escalón que completaba su rutina diaria y que finalizaba en su larga y aburrida jornada de trabajo. Encontrar un asiento en el autobús que no tuviera que compartir se convertía en su obsesión, un asiento donde nadie pudiera sentarse a su lado para entorpecer su jornada de exquisito aburrimiento. X llevaba siempre una radio con auriculares que se perdían en la profundidad del oído, llevaba una maleta de mano y un peinado de corte clásico. Cada día desaparecía en su asiento escuchando noticias que apenas le interesaban pero que le ayudaban a eludir cualquier posible inicio de conversación con un desconocido. Evitaba las miradas de los que, como él, habían decidido ir en transporte público y parecía no importarle los frenazos del conductor ni las caídas de los usuarios,... no parecía que le importase, siquiera, dónde se dirigía cada mañana.

Pero un día a X le ocurrió algo diferente que le recordó con cierta nostalgia a su propia juventud. Una mañana del día X del año Y una extraordinaria mujer de facciones suaves y zapatos rojos se sentó a su lado. Como todos los días, de la vida que podía llegar a recordar, X llevaba su radio, el instrumento que le solía desconectar del mundo; sin embargo ese mismo día que compartía viaje con la mujer de los zapatos rojos olvidó cambiar las gastadas pilas del aparato. Solo le quedaban dos paradas para conseguir llegar a salvo, a lo mustio, a su monótono trabajo, a su rutina diaria. Parecía que la rutina no cambiaría, parecía que seguiría con su vida abstemia hasta el final del trayecto. Ya solo quedaba una parada y la mujer de los zapatos rojos y facciones suaves no parecía interesada en iniciar una conversación. No parecía que fuera a cambiar nada ese día porque quedaban pocos metros para el final del trayecto pero sus oídos, ahora libres, escucharon el roce de unas medias que buscaban cruzar los zapatos rojos de una bella mujer de facciones suaves. Parecía salvado pero ocurrió algo que cambió su estudiado día común, ocurrió lo inevitable, y fue que ese mismo día la última parada pareció estar más lejos, y sus pantalones... más estrechos.”

El lloro de un cielo


“Negras, húmedas viajan y ya han llegado

al paraíso, al edén, a ti se acercan;

se retienen, de ti se han enamorado.

Por ti nunca llueve, las nubes se encelan.

Trigales que con el fuerte viento ondean

y acarician el cielo ya anaranjado.

Está atardeciendo, las nubes navegan

por la mar, que de algodones ha calado.

Sus ojos de la distancia ya recelan,

y no reprime el mar su lloro salado.

Ya llueven de pena, ya se van, se alejan,

ya de ti ellas, las nubes, se han alejado.”

martes, 25 de mayo de 2010

FINAL DE PERDIDOS (SPOILER)




Ya he visto el final. tengo que decir que los últimos capitulos me han gustado mucho, pero con reservas. El 15, 16, y 17 doble (o 17-18, o capitulo final de dos horas) son los mejores capítulos de la peor temporada de Lost. Añado que el último capitulo era perfecto hasta que sale el padre de Jack; desde ese momento (el cual explica definitivamente el final de perdidos) hasta los creditos finales, es el momento más decepcionante y facilón que me podía haber esperado. Con lo bien que iba (sobre todo con los recuerdos de todos los que se encontraban entre si, llegando a la verdad de forma realmente emocionante), y tenían que dejarme con la sensación de que han buscado no arriesgar para contentar al espectador medio, para contentar al americano medio (mejor dicho); ¿por qué no se podía haber buscado algo que no se pareciese a "autopista hacia el cielo", o al "sexto sentido", o a "la escalera de jacob", o a "los otros", o a tantas películas cuyo final es siempre el mismo??? ¿acabo yo "El metro" diciendo que el prota está muerto? ¿puedo ser igual de cutre que los guionistas de Lost?. Jack "michaellandon" Sheepard se une a todos (unos mueren antes, otros mueren después) junto a una Kate que, en la vida real huye de la isla junto a un Sawyer soltero en un avión que se supone llega a su destino. Y yo pregunto; ¿que vida han llevado antes de morir Kate, Sawyer, Claire, Lapidus, el chino de los muertos...? ¿acaso Claire, Kate y Sawyer hacen un trio, cuidan a Aaron los tres, el chino ve a los que van muriendo en la isla desde la ciudad mientras Lapidus se la chupa?. A estos interrogantes con humor añado otros más importantes y que no se desvelaran nunca: ¿Qué es la isla?, ¿por qué hay magnetismo en ella?, ¿que relacion han tenido Bejamin Lainus y Charles Withmore, y que reglas plantearon para jugar por la isla (se la apostaron)?, ¿por qué Desmon no sufre el magnetismo?, ¿vuelve Desmon con Penny?, ¿por qué coño hay un oso polar en la isla?, ¿qué pinta Walt (hijo de Michael, y más importante, dueño del perro) en la isla, qué poder tiene, por qué salva a Locke?, ¿por qué Jacob puede salir de la isla cuando al hermano, antes de convertirse en humo negro, le dijeron que era imposible?, ¿por qué en el capítulo 15, se inventan una historia donde desvirtuan tanto al personaje de Jacob (dejandolo como un perfecto imbecil, tan pusilánime como Jack), tanto que todo lo que había manipulado a los demás personajes para un fin supuestamente grandiososo se antoja pueril y falto de verdadero fundamento místico (supuesto en un principio), falto de profundidad, provocando que esa mision de Jacob y su existencia pasaran de divina a vulgarmente mundana? Jacob se mueve y hace moverse a los que les rodea tras él bajo el influjo de una madre putativa, loca y posesiva de la que incluso sabiendo que es la asesina de su verdadera madre, continúa siguiendo sus designios después de muerta. La madre de Jacob intentan evitar que sus hijos descubran la ciencia (el árbol de la ciencia del bien y del mal, el conocimiento, la manzana de Adán y Eva) para que sigan un dogma de fe basado en su palabra. El hermano de Jacob no es un cobarde y decide abirse al mundo para descubrir lo bueno y lo malo que lo compone, para vivir al libre albedrío y no en el falso edén de la ignorancia.
Siguiendo con más preguntas, ¿es acaso Jacob Abel y el humo negro Caín, o al revés? ¿cuál es el nombre del hermano de Jacob? ?¿¿¿?¿?¿? ¿por qué hay madres que mueren en el parto y otras que no? ¿qué significan realmente los números? ¿qué le dice al oído Charles Withmore al falso Locke antes de que Ben lo mate?, ¿mueren Hugo y Ben de viejos en la isla?, ¿por qué había que impedir la salida del humo negro si, una vez cerrada la fuente de luz, era tan mortal como los demás? ¿quienes son y de donde salieron los del Templo de la 6ª tmp.(esto del templo es de lo peorcito de la serie)?¿por qué Jack tenía un hijo en la línea temporal alternativa, son sólo los sueños que siempre quisieron tener en la vida real; por qué Kate no tiene un hijo, entonces? No sé, es posible que no hiciese falta desvirtuar el conjunto para explicar todas las preguntas, pero quizás hubiese sido diferente si el final hubiera sido menos convencional de lo que lo ha sido. Si el final no hubiese sido el que es yo no me hubiera fijado en todo lo que expongo aquí; pero, por desgracia no ha sido así y esta maravillosa serie se merece una crítica despiadada.
A pesar de todo me ha gustado la serie en general, no lo dudo. Pero a pesar de convertirse en una de mis series favoritas, de pensar que durante 4 años he disfrutado como un enano, no se me quita la molesta sensación que, de alguna forma, se han quedado un poco con todos nosotros.

domingo, 9 de mayo de 2010

Conan y Red Sonja



Seguimos esperando los seguidores de este subgenero de cine de aventuras, a que nos deleiten con una nueva decepción, o quizás con un triunfo. Esperemos que sea un triunfo que facilite la creación de nuevas películas de fantasía épica, las cuales se multiplicarían como lo han hecho durante la última década los filmes de superheroes (por otra parte también bienvenidos). Esperemos que las estrenen pronto para bien o para mal, porque la espera se hace eterna, y que los personajes de Robert E. Howard tengan el homenaje que se merecen en la gran pantalla. Esperemos que la adaptación de Conan sea más fiel al personaje llevado al cómic por Buscema, Roy Thomas, Ernie Chan... Esperemos que tenga como mínimo la misma calidad que se encierra en las páginas de relatos como "Los clavos rojos (The red nails)" o "La torre elefante". Esperemos que todo esto no sea un fiasco, porque es la sensación que tengo y es imposible desprenderme de ella. Esperemos no perder la esperanza porque sino no habría ilusión, y sin ilusión no hay fantasía. Esperemos que las películas mencionadas no sean un producto de los pérfidos ofídios seguidores de Set. Esperemos que no rompan la ilusión de quién alguna vez, cuando era pequeño se emocionaba con la espada y brujeria.¡Por Crom!...

jueves, 6 de mayo de 2010

El metro (capítulo III)



"Próxima estación y fin de trayecto: Calle Revelación" dijo la voz metálica...

Hace 20 años mi hermana mayor tenia dieciseis años, yo solo contaba con la mitad, lo cual en esas edades parecía una eternidad. Era mi hermana mayor, mi guía, el faro que alumbraba las rocas para que el casco de mi barco no encallara. Beatriz parecía ya una mujer siendo tan solo una niña. Sus ojos eran azules, su cuerpo frágil pero vigoroso y su melena un manto azabache de rizos interminables que siempre descansaban sobre su piel blanca, luminosa. Los niños, hombres y abuelos se fijaban en su belleza hipnotizados por la naturalidad de sus movimientos; sus caderas bailaban al son de sus rizos, sus pequeños pechos temblaban con el paso firme de su juventud. La ingenuidad de sus gestos hacían volar la imaginación de los hombres, la picardía de su mirada envalentonaba a los cobardes. Cualquiera deseaba amarla; yo la amaba. Su sonrisa, clara, nítida se quedó grabada en mi mente para siempre y nunca dejaría de existir mientras yo la recordara.
Cuando la encontraron su piel hinchada le deformaba el rostro haciéndola prácticamente irreconocible. Recordaba de forma fotográfica el reloj que mi madre le había regalado, el anillo que un novio de instituto puso en su dedo, el vestido nuevo que un día trajo a casa, los pendientes que nuestra abuela lució durante años y que un día dejaron de ser suyos... Recordaba todo lo que rodeaba el cuerpo, recordaba el fango que ensuciaba su pelo, recordaba gaviotas revoloteando en el cielo, nerviosas; recordaba el llanto de mi madre, ahogado, sin apenas fuerza para poder gritar, recordaba el nudo que se formó en mi garganta; recordaba una mano muerta, sin vida, descansando sobre el regazo, descansando sobre el vestido nuevo, descansando tras el esfuerzo a punto de despertar, de agarrar mi pelo, de acariciar mi cabeza. Nunca esa mano volvió a tocarme, nunca sus ojos llenos de cielo volvieron a verme, nunca mi hermana volvió a regañarme, nunca sus labios volvieron a besar.
El cadáver y su rostro fueron tapados por una mano inexperta pero piadosa que me apartó del lugar con un abrazo del que fui totalmente sumiso.
Desapareció y fue encontrada muerta diez días después en el lodo de un pantano; fue reconocida por mi madre y a partir de ese día mi esperanza murió, mi faro apagó su luz para no alumbrar más mi camino, mi barco encalló, mi hermana me dejó solo en la penumbra de mi destino.
Abrí los ojos en la oscuridad que me envolvía, y por fin pude volver a ver. Ví una silueta que se dibujaba ante mí y que poco a poco se definía, que poco a poco identificaba. Era la primera vez en veinte años que volvía a verla,entre la bruma de mi percepción, entre un aura de irrealidad que pronto se desvanecería; y entre lo difuso se me aparecía sonriéndome y, de nuevo, viva; mi corazón se llenó de emoción mientras que mis ojos engañaban a mis sentidos. En aquel metro del infierno estaba ella pero no como la pude ver durante un segundo, realmente ante mi se encontraba lo que recordaba como su cadáver, con la piel mortecina e hinchada, los ojos vacíos como dos grandes cuencas, como bocas que se abren hacia el interior de la tierra. Los pasos que me persiguieron a través de la oscuridad pertenecían a ella y allí se encontraba, frente a mi, muerta, hinchada, sin ojos, sin vida.
"Fin de trayecto: Calle Revelación" emitió la voz metálica. Mientras, la luz volvía a penetrar en el el tren, el cual hacía su única parada en estación.
Cuando el metro paró, lo que era una macabra parodia de Beatriz acarició mi pelo y desapareció. Un susurro cerca de mi oido dijo:
"El tren ha parado, tu destino no lo hará. Sé la profecía que nunca duerme, sé todo lo que no fuiste para no dejar de existir...".
En ese momento las puertas se abrieron y salí del tren para entrar en una estación que nunca antes ví, y que nunca más vería...

martes, 4 de mayo de 2010

El camino




Había un camino que conducía hasta un pequeño lago, donde los jóvenes del pueblo iban a refrescarse en verano. Era un camino pequeño rodeado de una arboleda que lo escoltaba hasta la orilla de un río, el cual desembocaba en el citado estanque. Dicen que en la noche se escuchaba un gemido y que quien escuchara ese gemido moría al instante como si fuera fulminado por una fuerza sobrehumana, llegando el miedo y el pánico llegaba definitivamente el paro cardíaco. Un día claro, soleado y de temperatura agradable fui al camino. No había nada especial en el ambiente, caminaba por él escuchando el sonido continuo del río, el sonido del viento pasando a través de los sauces y el graznido de un grajo que se regodeaba en su negritud. Las hierbas que crecían en la rivera del río acompañaban su cauce flotando en sus negras aguas, el cielo estaba totalmente azul, sin nubes y los pájaros seguían trinando acompañando al cuervo cuyo canto sobresalía sobre todos los demás. Hubo un momento de mi paseo que me hizo dudar, no sabía si me había perdido ya que un nuevo camino que nunca antes había visto se separaba del principal internándose en la espesura del bosque. Decidí entrar, no sin esfuerzo ya que la vegetación era demasiado tupida y las ramas se quedaban enganchadas continuamente en la ropa como garras sin fuerza que poco a poco te sueltan con el ímpetu de tu avance.
Conseguí acceder a un camino un poco más despejado y a lo lejos vi una luz que brillaba, esférica y levitando sobre el terreno emitiendo un zumbido. Tuve miedo pero avancé hasta que todo lo que fue luz se convirtió en mate; se dibujo una figura cuyo manto era azabache, y el rostro parecía tapado por una capucha raida por el paso del tiempo. Decidí parar y la figura empezó a avanzar hacia mí. A un metro de distancia se quitó la capucha. Era yo, o algo que se parecía a mi. Todo era natural en él, todo parecía normal en él excepto que era un clon exacto de mi persona, todo parecía real hasta que sonrió. Sus dientes eran demasiados, tenía tres hileras de ellos amontonados, desordenados y apuntando en todas las direcciones, y su boca era un esperpento, una deformación de la realidad que cruzaba todo su rostro. Mi cuerpo en tensión no reaccionó y el pánico se adueñó de mi cuerpo. Sin mover la espantosa boca el demonio dijo: "Morirás". En ese preciso instante desapareció dejando un olor a putrefacción en el aire. Mis piernas empezaron a temblar, la adrenalina que había soltado mi cuerpo me debilitó y no podía apenas sostenerme en pie.
.El desvanecimiento llegó de forma repentina...Tumbado sobre las hojas secas de un otoño que agonizaba, mi mirada se fue nublando hasta que las nubes se fundieron con la copa de los árboles, y la copa de los árboles con la nada, con la penumbra. Solo intuía el vuelo del pájaro que se acercó a donde yo yacía. El pico negro de la alimaña estaba frío, lo sentía recorrer mi cara pero mi cuerpo estaba inmóvil y no podía defenderse. Mi miedo era lo único que no estaba aturdido, era real, era mi boca con sabor a hierro. Supuse que cayó la noche por la helada que sentí caer sobre mi cuerpo, pero nadie pasaba por aquel camino, nadie... El cuervo seguía jugando conmigo, con mi miedo. Entonces escuche el gemido. Fue lo último que escuhe. Entonces supe que no volvería a hablar... La muerte llego con mi ultimo aliento, con mi último suspiro, con un gemido que me hizo callar... Comprendí entonces que la muerte es un espejo que lo deforma todo, y que yo me había reflejado en él, quedando atrapado para siempre en sus brazos, quedando expuesto al aire limpio de un día claro de otoño.

Nuestro barco


Son los ángeles negros

, son ángeles del cielo

caidos, son señales

de un destino carcelero.

Sobrevuelan sentimientos

que parecieron olvidados,

que parecieron extintos,

hoy de nuevo renovados.

Ya no hay salida

solo nos queda el valor,

solo nos queda el amor,

sin pensar, sin miedo, sin medida.

Olvidaremos el pasado

para vivir nuestro presente,

nuestro barco ya no esta anclado,

nuestro barco ya no es paciente...

viernes, 30 de abril de 2010

"Cuando una mujer..."

Cuando una mujer tiene más de dos pulmones es cuando más respira su alma, cuando una mujer tiene más de dos brazos es cuando más capacidad tiene de abrazar, cuando tiene más de dos ojos es cuando más ve, cuando más oye es cuando tiene más de dos oídos, y cuando más piel tiene es cuando más siente su cuerpo.
Cuando una mujer posee dos pulsos, cuando una mujer tiene dos corazones, es cuando más ama...


El metro (capítulo II)



En ese mismo instante, mientras el vagón entraba de nuevo en la oscuridad dejando atrás la luz, la voz metálica anunciaba: "Próxima estación: Calle Desesperación"...

No sabía que hacer, y la lámpara seguía temblando creando sombras en el vagón. Oía voces, pero lejanas, como murmullos que penetraban en mi cabeza que no me dejaban descansar. Sentí miedo, sentí miedo de estar volviendome totalmente loco, de lo que creía ver entre la penumbra reflejado levemente con la única luz que había en el vagón, una luz que latía como un corazón enfermo, mustio en el ocaso de una vida.
Me senté para recapacitar sobre ello y me quedé observando un cartel de publicidad de algún perfume, donde posaba una jóven modelo con la mirada perdida de una forma artificialmente sensual. De repente no podía dejar de mirar la publicidad, dejando mis ojos quietos sobre la imagen durante varios minutos hasta que ocurrió.
La modelo del cartel de publicidad de un perfume cualquiera giró brevemente la cabeza y fijó sus ojos en mi, mostrando una sonrisa que era más una mueca deforme; intenté gritar, caí al suelo y no podía moverme, parecía que una serpiente subia y bajaba por mi columna, se me erizó el pelo del cuerpo y en la garganta se me hizo un nudo que murió con dos lágrimas cayendo por mi rostro. La sonrisa del demonio que me miraba a través del papel cada vez era mas grotesca, cruzando la cara de la jóven. Corrí con un sabor a sangre en la boca, corrí hacia la oscuridad, corrí a través de los vagones sin mirar atrás, el terror me invadía, no podía escapar de la pesadilla. Miraba con recelo cada uno de los bancos, de las barras para agarrarse en el trayecto mientras corría, y veía sombras que se movían por todos los rincones acechándome, vigilándome. Las voces se intensificaron, y en aquel silencio aparente las voces parecían gritos ahogados en mi cabeza.
Por fin llegué al final del metro y a la oscuridad más densa y profunda que jamás había visto, ya no sabía donde se definían los objetos y donde empezaban las sombras. Todo era uno solo, todo era un todo y justo ante mi mirada se dibujaba borrosamente la puerta que separaba la cabina del conductor. Se aparecía como una puerta de una sala de tortura, oxidada, con tachuelas enormes y un pequeño ventanuco de grueso cristal parecido a los que tenían las puertas de las cámaras de gas que usaban los nazis para regodearse en la muerte y el sufrimientto de su víctimas. Intenté ver dentro a través del cristal y no había nadie pilotando el tren. En ese preciso momento empecé a oir pasos, el corazón latía con fuerza y parecía que se iba a parar en cualquier momento, me angustiaba pensar que era como una bomba de relojería lista para explotar cuando pasara de ciertas revoluciones. Los pasos cada vez eran más fuertes y grité sin recibir respuesta. Se acercaban, cada vez estaban más cerca, pasos huecos y rítmicos sonando a través de la penumbra, uno tras otro de forma mecánica iban siendo cada vez más fuertes. Debía escapar de allí, debía intentarlo. Se acercaban, los pasos, y se acercaba la próxima estación y sabía que no pararía. Agarré el extintor de emergencia y golpee la puerta insistentemente; tenía que parar el tren en la siguiente estación, tenía que huir antes de que los pasos llegaran hacia mi. Creía que no lo conseguiría, la puerta era notablemente resistente y creía que moriría allí. Recordé una película donde un preso pataleaba pidiendo clemencia mientrás dos funcionarios lo llevaban hasta el cadalso, hacia la silla eléctrica, y pensé que la sola idea de la muerte es la peor tortura que alguien puede recibir. El preso no sabía que sus ojos saldrían de sus órbitas, que la electricidad entraría y saldría por todo su cuerpo dejando tras su paso heridas abiertas y grandes ampollas sangrantes; pero lo que sí sabía es que dejaría de existir, que moriría y lo terrible es que aunque quisiera engañarse pidiendo clemencia sabía que no había escapatoria.
Yo sí la tenía, tenía que parar el tren, bajarme en la parada y huir. Insistí con más fuerza aún y lo logré; logre abrir la puerta que quebró por algún sitio y entre en la cabina, justo en el momento en que pasaba por la estación. Busqué por la deseperación alguna palanca que pareciese un freno, algún botón pero todo estaba vacío; era una simple mesa desnuda, sin nada más que madera antigüa corrompida por los años. La luz entró por las ventanas dejandome parcialmente ciego, la luz de la estación que nunca pisaría, la luz de una estación que quedó atrás mientras el metro seguía avanzando penetrando de nuevo en la oscuridad. Ciego estaba pero no sordo y terminé oyendo cómo los pasos paraban frente a mi sin poder ver lo que me esperaba sin poder ver qué era, o quién me perseguía.
"Próxima estación y fin de trayecto: Calle Revelación" dijo la voz metálica...

"Los chicos del coro"




De esta película solo puedo decir una cosa: ¿Por qué he tardado tanto en verla?. A quién no la haya visto que la vea.
Película de mirada sensible que plantea la dificil diatriba de aquellos profesores que veían de forma distinta la educación con respecto a la época que les tocó vivir, donde el castigo físico era una medida válida más. El protagonista, un músico fracasado se convierte en un profesor victorioso en la medida en que consigue rescatar a sus alumnos de las sombras de una vida triste y tendente al delito. La música, gran vertebradora de la película, como instrumento de redención para los chicos, como salida a la derrota profesional del profesor, y como banda sonora cumple de forma sobresaliente con su propósito. Es esa música, a veces épica, a veces sensible la que realmente explica de forma nítida la naturaleza del filme; una batalla en un entorno aparentemente carente de importancia para el mundo, pero que realmente es el futuro de un país donde solo una década antes había pasado el monstruo de la guerra. Algo mal se tuvo que hacer en las escuelas del período entreguerras para que ocurriera lo que ocurrió en Europa. Definitívamente es una obra imprescindible para reconciliarte con el cine después de haber visto películas como Avatar, Furia de Titanes o Alicia de Tim Burton en el cine, habiéndote gastado un dinero en taquilla que bien visto podías haberte ahorrado dedicando el tiempo a películas como ésta o como "The reader" (El lector); pero esa es otra historia que no tardaré en contar.

jueves, 29 de abril de 2010

"El metro" (capítulo I)



Esa noche el vagón estaba vacío. El tren avanzaba devorando la vía, y las paradas de metro estaban totalmente desiertas. Era un tren muy antigüo, desvencijado y desnudo de pintura en gran parte de sus paredes. Daba la sensación de ser un gusano centenario harto de avanzar bajo tierra, cerca del infierno, sin recibir nunca la calidez del sol, la brisa, o la refrescante lluvia de verano. Avanzaba devorando la vía, como desesperado por encontrar cada vez un destino diferente, pero que al final siempre era el mismo, que a su vez no era ninguno y a la vez lo eran todos. Devorando la vía, dejando atras la oscuridad de un túnel, avanzando siempre en busca de luz de estación, renaciendo a cada poco, muriendo siempre.
Quedaban tres paradas para llegar a mi destino y seguía solo; una de las lámparas temblaba continuamente premonizando su propia muerte. Levanté mi cabeza de la lectura de un periódico de entrega gratuita y en ese preciso momento me percaté de que en el resto del tren se habían apagado todos los halógenos. No le dí excesiva relevancia pero deseaba que las tres paradas que quedaban para llegar pasaran todo lo rápido que fuera posible. Terminé achacando la oscuridad a una simple avería eléctrica y al mal estado del tren, y permanecí iluminado en mi vagón por esa luz vacilante, aunque con un sentimiento de cierta inquietud. En ese preciso momento ocurrió algo muy extraño, la parada siguiente no se llamaba como debía. "Próxima estación: Calle Angustia", emitía una voz metálica.
Me levanté para cerciorarme de no haberme equivocado de tren, pero el metro era mi medio de transporte habitual, lo había usado infinidad de veces y estaba seguro de haber cogido el correcto. A pesar de mi inicial seguridad cambie de vagón buscando a alguien que me sacara de la duda. Avancé hacia la penumbra.
Grité y mi propia voz me asustó un poco. No parecía haber nadie, y la idea original de buscar entre los vagones sin luz ahora no me parecía tan buena. Recapacité sobre lo ocurrido y pensé que la grabación podía estar errónea por lo que decidí esperar a la siguiente parada para ver si estaba en lo cierto. Me senté de nuevo y esperé con ansia la llegada de la siguiente parada, aguardando la prueba que confirmara mi teoría.
Cuando parecía que se acercaba a la altura de la parada, acerté a intuir que el tren no iba a parar, no aminoraba la marcha y seguía avanzando hacia la fría luz sin muestra alguna de deceleración. Intenté ver en la rápida sucesión de imágenes si era posible ver el nombre de la parada y lo conseguí. El letrero informativo rezaba: Calle Angustia. En ese mismo instante, mientras el vagón entraba de nuevo en la oscuridad dejando atrás la luz, la voz metálica anunciaba: "Próxima estación: Calle Desesperación"...

martes, 27 de abril de 2010

La habitación


"Sudan las paredes mas la cochambre y la podredumbre de decadencia, pintura que cae mas muerte y hambre y que se precipita con cadencia a un abismo de cemento y alambre. Suda oscuridad, una insuficiencia de luz, de día, de ríos sin cauce de ríos de sol, sin torrentes ni afluencia de afluentes de vida; noche de fauces que mastican rincones de una esencia. En la habitación, tortura amante de intolerancia plena, con ausencia de compasión, por ello causante de estados carentes de conciencia; ricos en negro oro y sucia riqueza, causante de avaricia, de sentencia, de muerte sin paz, de muerte con guerra. Habitación sin amor ni amante, sin artista, sin poetas ni con arte, reflejo de una verdad inviolable mas de un mundo, de un mundo lamentable.”

Tu pecho




" Tu cuerpo, naturaleza rítmica que lucha por sobrevivir, latente pulso insatisfecho con cada bocanada, aire insuficienre para calmar la inquietud de un pecho dubitativo entre la timidez y el descaro, vacilate ante el abrazo eterno, ante la cercanía. Renace tras cada muerte, se levanta tras cada caída, se completa tras el vacío, tu pecho acompasado, tu respiración profunda; mi cabeza descansa ahora sobre tu cuerpo, duerme mi alma bajo tu seno, duerme mi alma bajo tu pecho, duerme mi alma, duerme..."

martes, 13 de abril de 2010

Lista de las mejores películas de animación.


Dejo aquí una lista de las que creo, hasta lafecha, son las mejores películas de animación. Me faltan muchas por ver, asi que planteo esta lista como una puerta que abrir para que me aconsejeis títulos que no aparezcan en ella, y así poder modificarla. (el orden no es significativo)

1. El viaje de Chihiro
2. Akira
3. Fantasía
4. Ghost in the shell
5. Mi vecino Totoro
6. Los mundos de Coraline
7 . Wall-e
8. La bella durmiente
9. Blancanieves
10.El Castillo ambulante
11. Pesadilla antes de Navidad
12. Wallace y Gromit
13. Up
14. Porco Rosso
15. El Rey León
16. La tumba de las luciérnagas
17. Cuando el viento sopla
18. Toy Story
19. Metropolis
20. La princesa Mononoke

viernes, 9 de abril de 2010

Brazil



Bendita imperfección. En "Brazil", Terry Gilliam nos transporta a su propia y mágica visión de la no menos importante obra de George Orwell, "1984". Una versión más amable, aunque por etapas consiga el mismo nivel de oscuridad, y con tintes paródicos, barrocos y exagerados que no dejan de sorprender en una película cuyo genero es definitivamente indefinible. Cine de ciencia-ficción, comedia y drama, con una estética de cine negro que aporta al mundo un carácter totalmente atemporal y que facilita al espectador la capacidad de empatía e inmersión. No se queda sin ese punto kitsch, propio de los 80, desarrollado sobre todo en los sueños de Sam Lowry (Jonathan Price) donde la armadura de su alter ego brilla más que un video de Bowie, o que la abominable película Legend. Cosa que en particular no puedo del todo criticar porque se produce en mi un sentimiento de nostalgia subjetivo, por todas esas películas de los 80 donde usaban filtros que representaban, sin más, fantasía y magia.
Por su puesto destacar la presencia de la burocracia como un personaje más, del ministerio de la información y de la presión de un "Gran Hermano" que siempre te vigila, y que siempre acaba con la rebelión pues no hay espacio ni vida para quien piense diferente (en "1984" pensar diferente se denomina "crimental"). Dichos trabajadores de la información protagonizan una maravillosa escena junto a mr. Kurtzmman (Ian Holm, nuestro querido Bilbo Baggins) demostrando su alta eficacia bajo la maravillosa música que acompaña todo el film, como hormigas atareadas haciendo su trabajo a un ritmo frenético , pero que demuestran, a su vez, y de forma muy cómica su afición por las películas de los años 40 como "Casablanca"; punto éste de unión con el cine negro clásico que tanto aporta a la estética de este mundo de Gilliam.
Deliciosa imperfección. Obra imperfecta donde a veces el ritmo es irregular dotando a la obra de entropía y cierto desorden, pero que aporta ese encanto que no tendría sin la mano lúcida de un artista; porque eso es lo que es Terry Gilliam, ejemplo del artista irregular pero brillante capaz de lo peor y lo mejor. Solo hay que recordar que de la oscuridad y el caos surgió la luz, y abandonarse a esta pelicula que odiaran muchos, pero que adoraran otros tantos.

"La libertad es poder decir que dos y dos son cuatro; si se concede esto, todo lo demás vendrá dado por sus pasos contados." (Diario de Winston, "1984")

La primera vez


“ Fue la primera vez que la sangre no ocupaba en mi vida un puesto fronterizo al desastre, que no ocupaba el inicio de un fin o de una desgracia. La sangre que emanó de cuerpos queridos en el pasado cubría con exquisita delicadeza el ser más bello que jamás hubiera existido. El originario gemido quedo evolucionó con extrema velocidad en un llanto enérgico y hermoso; cimbreaban las lámparas de aceite rodeadas de insectos que revoloteaban nerviosos alrededor de la luz mientras el viento soplaba contra el fuego. La fría niebla de la madrugada asaltaba la escena cubriendo la casa del recaudador, y en la cumbre de los fornidos brazos de la comadrona, el ser más bello que jamás hubiera existido lloraba. Y lloraba envuelto en sangre de vida y no de muerte porque por primera vez la sangre no ocupaba en mi vida un puesto fronterizo al desastre, por primera vez no ocupaba el inicio de un fin o de una desgracia. Por primera vez fui padre”



jueves, 8 de abril de 2010

El duelo


Desistí de encontrarte,

abandoné la búsqueda,

mas inicié un camino

de soledad, y de hambre.

Abandoné la búsqueda,

atando fuerte al cinto

el puñal lucero, antes

vida y ahora pústula.

Recordé con el vino

el fin del acicate

de mi castigo, ¡cántiga

última de un suspiro!

¡Que por no vivir maté

engaños y mentiras!

entre fieles de un camino

con solo uno, un amante.

Salió ya muerta el ánima

del gran traidor y amigo

tras el duelo, tras arte

lunero, ¡ah, vida ínfima!

Intenté ser tranquilo

y pretendí olvidarte

pero él, por la espalda

hizo de mí un herido.

Desistí de encontrarte,

abandoné la búsqueda,

y mi luna, la del cinto

fue teñida de sangre.

El miedo


“Era primavera cuando un tren se acercaba para hacer parada en la estación. Era la estación de hierro y cristal, fuerte y ligera, bonita. Los jóvenes se fundían en despedidas eternas, los viejos, melancólicos, partían con la certeza del último viaje, y los niños reían y gritaban regodeándose en el incordio. Era marzo, era atardecer, era el fin de un día donde las escasas velas que temblaban desde el suelo mantenían el recuerdo de una mañana negra casi perdida en el tiempo. A pesar del olvido, los ojos inquietos de algún viajero aún vigilaban temerosos las caras de aquellos que compartían su viaje, temiendo lo peor, temiendo lo macabro.”

Las sirenas


“Los cánticos de las sirenas me trasladaban al cielo mientras sufría el desvanecimiento sin poder evitarlo. El mareo me inundaba la mente, mientras que el cántico de las sirenas se oía como lamentos que inducían a que mi mente continuara en el letargo. Sentía que mi mano estaba cerrada, y que el calor de la sangre que manaba de mi cabeza velaba de rojo mi mirada aturdida y asustada. Después de recobrar durante un segundo la conciencia, acertaba a intuir, de nuevo, un vaivén que me revolvía las tripas y empecé a oír voces extrañas y desesperadas junto al extraordinario sonido de las sirenas. Perdí por un momento el sentido del oído pero siguieron sonando monótonas las sirenas y el vaivén me llevó a la fatiga. Perdí de nuevo la conciencia, pero no antes de perder la vista. Mi mano estaba cerrada y mis ojos seguían ciegos en una oscuridad densa y cruel.

Pareció interminable el camino hacia el hospital, y ensordecedora la ambulancia que me transportó. El canto de las sirenas siguió retumbando en mis oídos cuando ya estaba tumbada sobre una camilla y la sangre resbalaba por mi cabeza. Cuando el miedo se volvió a apoderar de mi cuerpo, cuando acerté a recordar lo que pasó, cuando acerté a descubrir que mi mano estaba agarrada a la muerte y no a la esperanza, que mi mano se aferraba con fuerza a la del hombre con el que había jurado en el altar separarme de él con la muerte, dos lágrimas nacieron para morir de angustia. El hombre que odié y del que me separe dos días antes de mi encuentro con las sirenas, y que con gesto preocupado repetía una y otra vez el relato de mi inexistente pero aparatosa caída a los médicos, enfermeras y enfermos, fue el hombre que me hizo llorar. Ya solo me quedaba aguardar y seguir oyendo el cántico de las sirenas, aguardando el hundimiento de mi barco ante las rocas negras del Egeo, indefensa, perdida y sin justicia…”



Soldados

“ Espinas de Egina que penetran los estómagos de los persas y desangran los cuerpos inertes de los guerreros. Riegan la tierra de abono, riegan la tierra de muerte; no saben ni conocen, los persas, la estricta maldad espartana ni la frialdad ateniense. ¡Aqueos! Sedientos de sangre se aproximan con cautela con las espadas en ristre, las mandíbulas prietas, aliento de hierro, hedor de muerte, ojos sanguinolentos… Soldados, bestias de la guerra, que avanzan con extremo nerviosismo, corriendo, galopando hacia la muchedumbre de la batalla. Como columnas de mármol que se precipitan sobre el suelo machacan con sus botas la hierba, verde de vida y fresca de lluvia, ahogándola en el barro del que una vez ellos nacieron; con los ojos fijos en el enemigo, con los ojos fijos en los escudos persas, con los ojos fijos en el destino final del héroe..."



El desarraigo


“Son los cipreses tristes porque solo conocen el dolor y las tribulaciones del hombre. Solo las flores que permanecen marchitas sobre el frío mármol poseen la virtud del que nace y se traslada, del que viaja y adquiere sabiduría. La sapiencia provoca malestar y nostalgia porque ellas no germinaron donde se muere sino donde se nace, y sienten en sus raíces una memoria que nunca se apaga, la memoria del amor perdido. Allí, en el valle ondulado de tu pecho nació una flor que arrancada de tu alma reposa ahora sobre mi tumba, donde descansa mi valle aún florecido por la nostalgia.”