viernes, 30 de abril de 2010

"Cuando una mujer..."

Cuando una mujer tiene más de dos pulmones es cuando más respira su alma, cuando una mujer tiene más de dos brazos es cuando más capacidad tiene de abrazar, cuando tiene más de dos ojos es cuando más ve, cuando más oye es cuando tiene más de dos oídos, y cuando más piel tiene es cuando más siente su cuerpo.
Cuando una mujer posee dos pulsos, cuando una mujer tiene dos corazones, es cuando más ama...


El metro (capítulo II)



En ese mismo instante, mientras el vagón entraba de nuevo en la oscuridad dejando atrás la luz, la voz metálica anunciaba: "Próxima estación: Calle Desesperación"...

No sabía que hacer, y la lámpara seguía temblando creando sombras en el vagón. Oía voces, pero lejanas, como murmullos que penetraban en mi cabeza que no me dejaban descansar. Sentí miedo, sentí miedo de estar volviendome totalmente loco, de lo que creía ver entre la penumbra reflejado levemente con la única luz que había en el vagón, una luz que latía como un corazón enfermo, mustio en el ocaso de una vida.
Me senté para recapacitar sobre ello y me quedé observando un cartel de publicidad de algún perfume, donde posaba una jóven modelo con la mirada perdida de una forma artificialmente sensual. De repente no podía dejar de mirar la publicidad, dejando mis ojos quietos sobre la imagen durante varios minutos hasta que ocurrió.
La modelo del cartel de publicidad de un perfume cualquiera giró brevemente la cabeza y fijó sus ojos en mi, mostrando una sonrisa que era más una mueca deforme; intenté gritar, caí al suelo y no podía moverme, parecía que una serpiente subia y bajaba por mi columna, se me erizó el pelo del cuerpo y en la garganta se me hizo un nudo que murió con dos lágrimas cayendo por mi rostro. La sonrisa del demonio que me miraba a través del papel cada vez era mas grotesca, cruzando la cara de la jóven. Corrí con un sabor a sangre en la boca, corrí hacia la oscuridad, corrí a través de los vagones sin mirar atrás, el terror me invadía, no podía escapar de la pesadilla. Miraba con recelo cada uno de los bancos, de las barras para agarrarse en el trayecto mientras corría, y veía sombras que se movían por todos los rincones acechándome, vigilándome. Las voces se intensificaron, y en aquel silencio aparente las voces parecían gritos ahogados en mi cabeza.
Por fin llegué al final del metro y a la oscuridad más densa y profunda que jamás había visto, ya no sabía donde se definían los objetos y donde empezaban las sombras. Todo era uno solo, todo era un todo y justo ante mi mirada se dibujaba borrosamente la puerta que separaba la cabina del conductor. Se aparecía como una puerta de una sala de tortura, oxidada, con tachuelas enormes y un pequeño ventanuco de grueso cristal parecido a los que tenían las puertas de las cámaras de gas que usaban los nazis para regodearse en la muerte y el sufrimientto de su víctimas. Intenté ver dentro a través del cristal y no había nadie pilotando el tren. En ese preciso momento empecé a oir pasos, el corazón latía con fuerza y parecía que se iba a parar en cualquier momento, me angustiaba pensar que era como una bomba de relojería lista para explotar cuando pasara de ciertas revoluciones. Los pasos cada vez eran más fuertes y grité sin recibir respuesta. Se acercaban, cada vez estaban más cerca, pasos huecos y rítmicos sonando a través de la penumbra, uno tras otro de forma mecánica iban siendo cada vez más fuertes. Debía escapar de allí, debía intentarlo. Se acercaban, los pasos, y se acercaba la próxima estación y sabía que no pararía. Agarré el extintor de emergencia y golpee la puerta insistentemente; tenía que parar el tren en la siguiente estación, tenía que huir antes de que los pasos llegaran hacia mi. Creía que no lo conseguiría, la puerta era notablemente resistente y creía que moriría allí. Recordé una película donde un preso pataleaba pidiendo clemencia mientrás dos funcionarios lo llevaban hasta el cadalso, hacia la silla eléctrica, y pensé que la sola idea de la muerte es la peor tortura que alguien puede recibir. El preso no sabía que sus ojos saldrían de sus órbitas, que la electricidad entraría y saldría por todo su cuerpo dejando tras su paso heridas abiertas y grandes ampollas sangrantes; pero lo que sí sabía es que dejaría de existir, que moriría y lo terrible es que aunque quisiera engañarse pidiendo clemencia sabía que no había escapatoria.
Yo sí la tenía, tenía que parar el tren, bajarme en la parada y huir. Insistí con más fuerza aún y lo logré; logre abrir la puerta que quebró por algún sitio y entre en la cabina, justo en el momento en que pasaba por la estación. Busqué por la deseperación alguna palanca que pareciese un freno, algún botón pero todo estaba vacío; era una simple mesa desnuda, sin nada más que madera antigüa corrompida por los años. La luz entró por las ventanas dejandome parcialmente ciego, la luz de la estación que nunca pisaría, la luz de una estación que quedó atrás mientras el metro seguía avanzando penetrando de nuevo en la oscuridad. Ciego estaba pero no sordo y terminé oyendo cómo los pasos paraban frente a mi sin poder ver lo que me esperaba sin poder ver qué era, o quién me perseguía.
"Próxima estación y fin de trayecto: Calle Revelación" dijo la voz metálica...

"Los chicos del coro"




De esta película solo puedo decir una cosa: ¿Por qué he tardado tanto en verla?. A quién no la haya visto que la vea.
Película de mirada sensible que plantea la dificil diatriba de aquellos profesores que veían de forma distinta la educación con respecto a la época que les tocó vivir, donde el castigo físico era una medida válida más. El protagonista, un músico fracasado se convierte en un profesor victorioso en la medida en que consigue rescatar a sus alumnos de las sombras de una vida triste y tendente al delito. La música, gran vertebradora de la película, como instrumento de redención para los chicos, como salida a la derrota profesional del profesor, y como banda sonora cumple de forma sobresaliente con su propósito. Es esa música, a veces épica, a veces sensible la que realmente explica de forma nítida la naturaleza del filme; una batalla en un entorno aparentemente carente de importancia para el mundo, pero que realmente es el futuro de un país donde solo una década antes había pasado el monstruo de la guerra. Algo mal se tuvo que hacer en las escuelas del período entreguerras para que ocurriera lo que ocurrió en Europa. Definitívamente es una obra imprescindible para reconciliarte con el cine después de haber visto películas como Avatar, Furia de Titanes o Alicia de Tim Burton en el cine, habiéndote gastado un dinero en taquilla que bien visto podías haberte ahorrado dedicando el tiempo a películas como ésta o como "The reader" (El lector); pero esa es otra historia que no tardaré en contar.

jueves, 29 de abril de 2010

"El metro" (capítulo I)



Esa noche el vagón estaba vacío. El tren avanzaba devorando la vía, y las paradas de metro estaban totalmente desiertas. Era un tren muy antigüo, desvencijado y desnudo de pintura en gran parte de sus paredes. Daba la sensación de ser un gusano centenario harto de avanzar bajo tierra, cerca del infierno, sin recibir nunca la calidez del sol, la brisa, o la refrescante lluvia de verano. Avanzaba devorando la vía, como desesperado por encontrar cada vez un destino diferente, pero que al final siempre era el mismo, que a su vez no era ninguno y a la vez lo eran todos. Devorando la vía, dejando atras la oscuridad de un túnel, avanzando siempre en busca de luz de estación, renaciendo a cada poco, muriendo siempre.
Quedaban tres paradas para llegar a mi destino y seguía solo; una de las lámparas temblaba continuamente premonizando su propia muerte. Levanté mi cabeza de la lectura de un periódico de entrega gratuita y en ese preciso momento me percaté de que en el resto del tren se habían apagado todos los halógenos. No le dí excesiva relevancia pero deseaba que las tres paradas que quedaban para llegar pasaran todo lo rápido que fuera posible. Terminé achacando la oscuridad a una simple avería eléctrica y al mal estado del tren, y permanecí iluminado en mi vagón por esa luz vacilante, aunque con un sentimiento de cierta inquietud. En ese preciso momento ocurrió algo muy extraño, la parada siguiente no se llamaba como debía. "Próxima estación: Calle Angustia", emitía una voz metálica.
Me levanté para cerciorarme de no haberme equivocado de tren, pero el metro era mi medio de transporte habitual, lo había usado infinidad de veces y estaba seguro de haber cogido el correcto. A pesar de mi inicial seguridad cambie de vagón buscando a alguien que me sacara de la duda. Avancé hacia la penumbra.
Grité y mi propia voz me asustó un poco. No parecía haber nadie, y la idea original de buscar entre los vagones sin luz ahora no me parecía tan buena. Recapacité sobre lo ocurrido y pensé que la grabación podía estar errónea por lo que decidí esperar a la siguiente parada para ver si estaba en lo cierto. Me senté de nuevo y esperé con ansia la llegada de la siguiente parada, aguardando la prueba que confirmara mi teoría.
Cuando parecía que se acercaba a la altura de la parada, acerté a intuir que el tren no iba a parar, no aminoraba la marcha y seguía avanzando hacia la fría luz sin muestra alguna de deceleración. Intenté ver en la rápida sucesión de imágenes si era posible ver el nombre de la parada y lo conseguí. El letrero informativo rezaba: Calle Angustia. En ese mismo instante, mientras el vagón entraba de nuevo en la oscuridad dejando atrás la luz, la voz metálica anunciaba: "Próxima estación: Calle Desesperación"...

martes, 27 de abril de 2010

La habitación


"Sudan las paredes mas la cochambre y la podredumbre de decadencia, pintura que cae mas muerte y hambre y que se precipita con cadencia a un abismo de cemento y alambre. Suda oscuridad, una insuficiencia de luz, de día, de ríos sin cauce de ríos de sol, sin torrentes ni afluencia de afluentes de vida; noche de fauces que mastican rincones de una esencia. En la habitación, tortura amante de intolerancia plena, con ausencia de compasión, por ello causante de estados carentes de conciencia; ricos en negro oro y sucia riqueza, causante de avaricia, de sentencia, de muerte sin paz, de muerte con guerra. Habitación sin amor ni amante, sin artista, sin poetas ni con arte, reflejo de una verdad inviolable mas de un mundo, de un mundo lamentable.”

Tu pecho




" Tu cuerpo, naturaleza rítmica que lucha por sobrevivir, latente pulso insatisfecho con cada bocanada, aire insuficienre para calmar la inquietud de un pecho dubitativo entre la timidez y el descaro, vacilate ante el abrazo eterno, ante la cercanía. Renace tras cada muerte, se levanta tras cada caída, se completa tras el vacío, tu pecho acompasado, tu respiración profunda; mi cabeza descansa ahora sobre tu cuerpo, duerme mi alma bajo tu seno, duerme mi alma bajo tu pecho, duerme mi alma, duerme..."

martes, 13 de abril de 2010

Lista de las mejores películas de animación.


Dejo aquí una lista de las que creo, hasta lafecha, son las mejores películas de animación. Me faltan muchas por ver, asi que planteo esta lista como una puerta que abrir para que me aconsejeis títulos que no aparezcan en ella, y así poder modificarla. (el orden no es significativo)

1. El viaje de Chihiro
2. Akira
3. Fantasía
4. Ghost in the shell
5. Mi vecino Totoro
6. Los mundos de Coraline
7 . Wall-e
8. La bella durmiente
9. Blancanieves
10.El Castillo ambulante
11. Pesadilla antes de Navidad
12. Wallace y Gromit
13. Up
14. Porco Rosso
15. El Rey León
16. La tumba de las luciérnagas
17. Cuando el viento sopla
18. Toy Story
19. Metropolis
20. La princesa Mononoke

viernes, 9 de abril de 2010

Brazil



Bendita imperfección. En "Brazil", Terry Gilliam nos transporta a su propia y mágica visión de la no menos importante obra de George Orwell, "1984". Una versión más amable, aunque por etapas consiga el mismo nivel de oscuridad, y con tintes paródicos, barrocos y exagerados que no dejan de sorprender en una película cuyo genero es definitivamente indefinible. Cine de ciencia-ficción, comedia y drama, con una estética de cine negro que aporta al mundo un carácter totalmente atemporal y que facilita al espectador la capacidad de empatía e inmersión. No se queda sin ese punto kitsch, propio de los 80, desarrollado sobre todo en los sueños de Sam Lowry (Jonathan Price) donde la armadura de su alter ego brilla más que un video de Bowie, o que la abominable película Legend. Cosa que en particular no puedo del todo criticar porque se produce en mi un sentimiento de nostalgia subjetivo, por todas esas películas de los 80 donde usaban filtros que representaban, sin más, fantasía y magia.
Por su puesto destacar la presencia de la burocracia como un personaje más, del ministerio de la información y de la presión de un "Gran Hermano" que siempre te vigila, y que siempre acaba con la rebelión pues no hay espacio ni vida para quien piense diferente (en "1984" pensar diferente se denomina "crimental"). Dichos trabajadores de la información protagonizan una maravillosa escena junto a mr. Kurtzmman (Ian Holm, nuestro querido Bilbo Baggins) demostrando su alta eficacia bajo la maravillosa música que acompaña todo el film, como hormigas atareadas haciendo su trabajo a un ritmo frenético , pero que demuestran, a su vez, y de forma muy cómica su afición por las películas de los años 40 como "Casablanca"; punto éste de unión con el cine negro clásico que tanto aporta a la estética de este mundo de Gilliam.
Deliciosa imperfección. Obra imperfecta donde a veces el ritmo es irregular dotando a la obra de entropía y cierto desorden, pero que aporta ese encanto que no tendría sin la mano lúcida de un artista; porque eso es lo que es Terry Gilliam, ejemplo del artista irregular pero brillante capaz de lo peor y lo mejor. Solo hay que recordar que de la oscuridad y el caos surgió la luz, y abandonarse a esta pelicula que odiaran muchos, pero que adoraran otros tantos.

"La libertad es poder decir que dos y dos son cuatro; si se concede esto, todo lo demás vendrá dado por sus pasos contados." (Diario de Winston, "1984")

La primera vez


“ Fue la primera vez que la sangre no ocupaba en mi vida un puesto fronterizo al desastre, que no ocupaba el inicio de un fin o de una desgracia. La sangre que emanó de cuerpos queridos en el pasado cubría con exquisita delicadeza el ser más bello que jamás hubiera existido. El originario gemido quedo evolucionó con extrema velocidad en un llanto enérgico y hermoso; cimbreaban las lámparas de aceite rodeadas de insectos que revoloteaban nerviosos alrededor de la luz mientras el viento soplaba contra el fuego. La fría niebla de la madrugada asaltaba la escena cubriendo la casa del recaudador, y en la cumbre de los fornidos brazos de la comadrona, el ser más bello que jamás hubiera existido lloraba. Y lloraba envuelto en sangre de vida y no de muerte porque por primera vez la sangre no ocupaba en mi vida un puesto fronterizo al desastre, por primera vez no ocupaba el inicio de un fin o de una desgracia. Por primera vez fui padre”



jueves, 8 de abril de 2010

El duelo


Desistí de encontrarte,

abandoné la búsqueda,

mas inicié un camino

de soledad, y de hambre.

Abandoné la búsqueda,

atando fuerte al cinto

el puñal lucero, antes

vida y ahora pústula.

Recordé con el vino

el fin del acicate

de mi castigo, ¡cántiga

última de un suspiro!

¡Que por no vivir maté

engaños y mentiras!

entre fieles de un camino

con solo uno, un amante.

Salió ya muerta el ánima

del gran traidor y amigo

tras el duelo, tras arte

lunero, ¡ah, vida ínfima!

Intenté ser tranquilo

y pretendí olvidarte

pero él, por la espalda

hizo de mí un herido.

Desistí de encontrarte,

abandoné la búsqueda,

y mi luna, la del cinto

fue teñida de sangre.

El miedo


“Era primavera cuando un tren se acercaba para hacer parada en la estación. Era la estación de hierro y cristal, fuerte y ligera, bonita. Los jóvenes se fundían en despedidas eternas, los viejos, melancólicos, partían con la certeza del último viaje, y los niños reían y gritaban regodeándose en el incordio. Era marzo, era atardecer, era el fin de un día donde las escasas velas que temblaban desde el suelo mantenían el recuerdo de una mañana negra casi perdida en el tiempo. A pesar del olvido, los ojos inquietos de algún viajero aún vigilaban temerosos las caras de aquellos que compartían su viaje, temiendo lo peor, temiendo lo macabro.”

Las sirenas


“Los cánticos de las sirenas me trasladaban al cielo mientras sufría el desvanecimiento sin poder evitarlo. El mareo me inundaba la mente, mientras que el cántico de las sirenas se oía como lamentos que inducían a que mi mente continuara en el letargo. Sentía que mi mano estaba cerrada, y que el calor de la sangre que manaba de mi cabeza velaba de rojo mi mirada aturdida y asustada. Después de recobrar durante un segundo la conciencia, acertaba a intuir, de nuevo, un vaivén que me revolvía las tripas y empecé a oír voces extrañas y desesperadas junto al extraordinario sonido de las sirenas. Perdí por un momento el sentido del oído pero siguieron sonando monótonas las sirenas y el vaivén me llevó a la fatiga. Perdí de nuevo la conciencia, pero no antes de perder la vista. Mi mano estaba cerrada y mis ojos seguían ciegos en una oscuridad densa y cruel.

Pareció interminable el camino hacia el hospital, y ensordecedora la ambulancia que me transportó. El canto de las sirenas siguió retumbando en mis oídos cuando ya estaba tumbada sobre una camilla y la sangre resbalaba por mi cabeza. Cuando el miedo se volvió a apoderar de mi cuerpo, cuando acerté a recordar lo que pasó, cuando acerté a descubrir que mi mano estaba agarrada a la muerte y no a la esperanza, que mi mano se aferraba con fuerza a la del hombre con el que había jurado en el altar separarme de él con la muerte, dos lágrimas nacieron para morir de angustia. El hombre que odié y del que me separe dos días antes de mi encuentro con las sirenas, y que con gesto preocupado repetía una y otra vez el relato de mi inexistente pero aparatosa caída a los médicos, enfermeras y enfermos, fue el hombre que me hizo llorar. Ya solo me quedaba aguardar y seguir oyendo el cántico de las sirenas, aguardando el hundimiento de mi barco ante las rocas negras del Egeo, indefensa, perdida y sin justicia…”



Soldados

“ Espinas de Egina que penetran los estómagos de los persas y desangran los cuerpos inertes de los guerreros. Riegan la tierra de abono, riegan la tierra de muerte; no saben ni conocen, los persas, la estricta maldad espartana ni la frialdad ateniense. ¡Aqueos! Sedientos de sangre se aproximan con cautela con las espadas en ristre, las mandíbulas prietas, aliento de hierro, hedor de muerte, ojos sanguinolentos… Soldados, bestias de la guerra, que avanzan con extremo nerviosismo, corriendo, galopando hacia la muchedumbre de la batalla. Como columnas de mármol que se precipitan sobre el suelo machacan con sus botas la hierba, verde de vida y fresca de lluvia, ahogándola en el barro del que una vez ellos nacieron; con los ojos fijos en el enemigo, con los ojos fijos en los escudos persas, con los ojos fijos en el destino final del héroe..."



El desarraigo


“Son los cipreses tristes porque solo conocen el dolor y las tribulaciones del hombre. Solo las flores que permanecen marchitas sobre el frío mármol poseen la virtud del que nace y se traslada, del que viaja y adquiere sabiduría. La sapiencia provoca malestar y nostalgia porque ellas no germinaron donde se muere sino donde se nace, y sienten en sus raíces una memoria que nunca se apaga, la memoria del amor perdido. Allí, en el valle ondulado de tu pecho nació una flor que arrancada de tu alma reposa ahora sobre mi tumba, donde descansa mi valle aún florecido por la nostalgia.”