miércoles, 16 de junio de 2010

Un día en la vida del señor X


“X era un tipo gris que no soñaba, que solo dormía, comía, respiraba; trabajaba en una fría oficina de diseño que se ubicaba a una hora de atascos e insultos. X era un tipo que olvidaba cada mañana, cada tarde, cada noche y cada sábado hacer el amor con su mujer; la cual dejó de serlo para caer en manos de un joven amante que le decía cosas bonitas y le daba el cariño suficiente. A X le gustaba su rutina diaria, adoraba la monotonía. Usaba todos los días el mismo medio de transporte, el autobús, con la única aspiración de encontrar un asiento libre al lado de una ventanilla para poder abstraerse de la realidad que le rodeaba. Encontrar ese asiento era el primer escalón que completaba su rutina diaria y que finalizaba en su larga y aburrida jornada de trabajo. Encontrar un asiento en el autobús que no tuviera que compartir se convertía en su obsesión, un asiento donde nadie pudiera sentarse a su lado para entorpecer su jornada de exquisito aburrimiento. X llevaba siempre una radio con auriculares que se perdían en la profundidad del oído, llevaba una maleta de mano y un peinado de corte clásico. Cada día desaparecía en su asiento escuchando noticias que apenas le interesaban pero que le ayudaban a eludir cualquier posible inicio de conversación con un desconocido. Evitaba las miradas de los que, como él, habían decidido ir en transporte público y parecía no importarle los frenazos del conductor ni las caídas de los usuarios,... no parecía que le importase, siquiera, dónde se dirigía cada mañana.

Pero un día a X le ocurrió algo diferente que le recordó con cierta nostalgia a su propia juventud. Una mañana del día X del año Y una extraordinaria mujer de facciones suaves y zapatos rojos se sentó a su lado. Como todos los días, de la vida que podía llegar a recordar, X llevaba su radio, el instrumento que le solía desconectar del mundo; sin embargo ese mismo día que compartía viaje con la mujer de los zapatos rojos olvidó cambiar las gastadas pilas del aparato. Solo le quedaban dos paradas para conseguir llegar a salvo, a lo mustio, a su monótono trabajo, a su rutina diaria. Parecía que la rutina no cambiaría, parecía que seguiría con su vida abstemia hasta el final del trayecto. Ya solo quedaba una parada y la mujer de los zapatos rojos y facciones suaves no parecía interesada en iniciar una conversación. No parecía que fuera a cambiar nada ese día porque quedaban pocos metros para el final del trayecto pero sus oídos, ahora libres, escucharon el roce de unas medias que buscaban cruzar los zapatos rojos de una bella mujer de facciones suaves. Parecía salvado pero ocurrió algo que cambió su estudiado día común, ocurrió lo inevitable, y fue que ese mismo día la última parada pareció estar más lejos, y sus pantalones... más estrechos.”

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