martes, 4 de mayo de 2010

El camino




Había un camino que conducía hasta un pequeño lago, donde los jóvenes del pueblo iban a refrescarse en verano. Era un camino pequeño rodeado de una arboleda que lo escoltaba hasta la orilla de un río, el cual desembocaba en el citado estanque. Dicen que en la noche se escuchaba un gemido y que quien escuchara ese gemido moría al instante como si fuera fulminado por una fuerza sobrehumana, llegando el miedo y el pánico llegaba definitivamente el paro cardíaco. Un día claro, soleado y de temperatura agradable fui al camino. No había nada especial en el ambiente, caminaba por él escuchando el sonido continuo del río, el sonido del viento pasando a través de los sauces y el graznido de un grajo que se regodeaba en su negritud. Las hierbas que crecían en la rivera del río acompañaban su cauce flotando en sus negras aguas, el cielo estaba totalmente azul, sin nubes y los pájaros seguían trinando acompañando al cuervo cuyo canto sobresalía sobre todos los demás. Hubo un momento de mi paseo que me hizo dudar, no sabía si me había perdido ya que un nuevo camino que nunca antes había visto se separaba del principal internándose en la espesura del bosque. Decidí entrar, no sin esfuerzo ya que la vegetación era demasiado tupida y las ramas se quedaban enganchadas continuamente en la ropa como garras sin fuerza que poco a poco te sueltan con el ímpetu de tu avance.
Conseguí acceder a un camino un poco más despejado y a lo lejos vi una luz que brillaba, esférica y levitando sobre el terreno emitiendo un zumbido. Tuve miedo pero avancé hasta que todo lo que fue luz se convirtió en mate; se dibujo una figura cuyo manto era azabache, y el rostro parecía tapado por una capucha raida por el paso del tiempo. Decidí parar y la figura empezó a avanzar hacia mí. A un metro de distancia se quitó la capucha. Era yo, o algo que se parecía a mi. Todo era natural en él, todo parecía normal en él excepto que era un clon exacto de mi persona, todo parecía real hasta que sonrió. Sus dientes eran demasiados, tenía tres hileras de ellos amontonados, desordenados y apuntando en todas las direcciones, y su boca era un esperpento, una deformación de la realidad que cruzaba todo su rostro. Mi cuerpo en tensión no reaccionó y el pánico se adueñó de mi cuerpo. Sin mover la espantosa boca el demonio dijo: "Morirás". En ese preciso instante desapareció dejando un olor a putrefacción en el aire. Mis piernas empezaron a temblar, la adrenalina que había soltado mi cuerpo me debilitó y no podía apenas sostenerme en pie.
.El desvanecimiento llegó de forma repentina...Tumbado sobre las hojas secas de un otoño que agonizaba, mi mirada se fue nublando hasta que las nubes se fundieron con la copa de los árboles, y la copa de los árboles con la nada, con la penumbra. Solo intuía el vuelo del pájaro que se acercó a donde yo yacía. El pico negro de la alimaña estaba frío, lo sentía recorrer mi cara pero mi cuerpo estaba inmóvil y no podía defenderse. Mi miedo era lo único que no estaba aturdido, era real, era mi boca con sabor a hierro. Supuse que cayó la noche por la helada que sentí caer sobre mi cuerpo, pero nadie pasaba por aquel camino, nadie... El cuervo seguía jugando conmigo, con mi miedo. Entonces escuche el gemido. Fue lo último que escuhe. Entonces supe que no volvería a hablar... La muerte llego con mi ultimo aliento, con mi último suspiro, con un gemido que me hizo callar... Comprendí entonces que la muerte es un espejo que lo deforma todo, y que yo me había reflejado en él, quedando atrapado para siempre en sus brazos, quedando expuesto al aire limpio de un día claro de otoño.

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